A través de una carta enviada a nuestra diócesis, Verónica Rubí, misionera laica de Mar del Plata en el Vicariato San José del Amazonas (Perú), nos cuenta su testimonio de la celebración de la Pascua en su lugar de misión. Cabe recordar que Verónica recibió este verano por parte del obispo, monseñor Ernesto Giobando sj., el envío misionero para su segundo año en este destino, tras nueve años en la cercana diócesis de Alto Solimoes (Brasil) y una anterior experiencia en Mozambique.
En su relato, comienza describiendo el contexto y explicando que “el Vicariato San José del Amazonas tiene 155.000 km2 de extensión” y que “habitan este territorio más de 650 Comunidades, urbanas y rurales, ribereñas casi todas ellas, muchas de ellas indígenas.” “Somos algo más de 60 misioneros de 13 nacionalidades diferentes; entre ellos, 12 son sacerdotes (5 nativos y 7 extranjeros). Las distancias entre una y otra Comunidad, repartidas en 14 puestos de misión, son importantes y hay varias horas de navegación entre una y otra”, destacó.
Respecto de la celebración de Semana Santa, relató que junto a “Juancho”, del Equipo Misionero de Caballococha, “fuimos enviados a Chimbote, una Comunidad de unos 700 habitantes, situada a 3 horas (promedio) de navegación de nuestro Puesto de Misión.” “Nuestra intención fue compartir la vida y la celebración de la Semana Santa con nuestras hermanos y hermanas de Chimbote y Nuevo Paraíso (otra comunidad cercana)”, agregó, y continuó “dos hermanas religiosas de nuestro equipo misionero, Rosario y Marisol, fueron a otras dos comunidades, mientras que uno de los sacerdotes, Matías, viajó a otro puesto de Misión, Angoteros, y los otros tres miembros del equipo misionero, Hna. Berta, Derian y P. Ramón quedaron en la sede parroquial, de modo que los 8 miembros del equipo compartimos estos días con seis Comunidades Eclesiales.”
Transcribimos a continuación, su mensaje a nuestra diócesis de Mar del Plata
“Celebrar la Vida Resucitada junto al Río que nos da vida”
Llegamos a Chimbote en un ponguero (pequeño bote) tras cuatro horas de navegación, el miércoles por la tarde. Fuimos acogidos con mucha cordialidad en la casa abierta y sencilla de don Leunardo, un viejito de 90 años. Un verdadero santito en vida de estas tierras: hombre tierno, alegre, de fe profunda y sencilla. Por las dificultades de la comunicación y la red de Internet, no habíamos podido anunciar nuestra llegada, sin embargo, tanto él como su hijo, su nuera Patricia, y sus nietos, nos abrieron las puertas de su casa y nos permitieron compartir la vida. Una casa simple, de madera, como la mayoría en esta región, construida en alto para sortear el avance del río en tiempos de inundación.
En esta Comunidad, como en casi todas, hay algunas personas que animan la vida de fe. En este caso, Sergio, Francisco y Hernan. Hombres oriundos del lugar, que con generosidad y con los recursos disponibles buscan congregar a los católicos del lugar, animar celebraciones cada domingo, y organizar otras actividades de la Iglesia. Se rotan para animar distintas partes de las celebraciones, dando un sabor colectivo bello y espontáneo al encuentro de fe. Es difícil describir tanto las dificultades como los inmensos regalos de vida y amor que se viven en las comunidades del río. Hay pobreza, ciertamente, y también hay solidaridad, alegría y ternura.
Compartimos la celebración del Jueves y Viernes Santo, y un bonito momento de reflexión el sábado en torno a las 7 palabras de Jesús en la Cruz el sábado. La concurrencia fue variando, pero en todo momento disfrutamos de la fe sencilla, profunda y anclada en lo cotidiano. El viernes a la tarde compartimos un lindo espacio de catequesis con más de 20 niños y niñas, que llenaron la pequeña capilla con su alegría y su ternura. El jueves por la noche, gracias a la generosidad (y valentía) de Sergio, fuimos en su canoa hasta Nuevo Paraíso, y allí pudimos también estar presentes en su Celebración.
Compartimos en estos días la sencillez de nuestra presencia misionera, y el aporte de la guitarra y la música. También el regalo inmenso de llevar la Eucaristía. Les propusimos, con cariño y respeto, que dos mujeres de la Comunidad puedan a futuro encargarse de dar catequesis a los niños.
El sábado no pasó la lancha que esperábamos, lo cual nos permitió quedarnos un día más de lo previsto y vivir entonces una hermosa Fiesta de Resurrección el domingo, además de visitar algunas casas para orar con su vida y sus intenciones.
En nuestros corazones resuena la gratitud de lo vivido y compartido. La vida junto al río es humilde, frágil y potente a la vez. La gente se expresa con afecto y cordialidad. Hay recuerdo de viajes y visitas de misioneros, pero lo más valioso e importante son las Comunidades Locales que, con escasísimos elementos, con mucha generosidad y amor, viven, testimonian y cultivan su fe en Dios Papito Lindo, que siempre nos llena de sus regalos (como dice don Leunardo).
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Verónica y Juancho




