En oportunidad del 50º aniversario de la muerte de Mons. Enrique Rau en que se celebrará el próximo 20 de agosto con una Misa del Obispo en la Catedral, recordamos un testimonio del sucesor del primer obispo diocesano, el Cardenal Eduardo Pironio.
Decía Mons. Eduardo Pironio en su Carta pastoral en 1972: “En la última noche de su vida —en la madrugada ya de su visión— Monseñor Rau le rezó a la Virgen: «Madre mía, mi único testamento son mis sacerdotes, mis religiosas y mis laicos; todos los fieles de la Diócesis. Te pido por todos. Guárdalos en tu corazón» (Mons. Eduardo Pironio, 26/5/72).
“Quiero hablarles sobre la Iglesia. Porque es el modo mejor de recordar la memoria de mi querido hermano y amigo, Monseñor Enrique Rau, primer Obispo de Mar del Plata. Fue una gracia extraordinaria haberlo tenido yo como maestro y ustedes como Obispo. Yo quiero seguir sembrando en el surco que él ha abierto. De él aprendí el Misterio de la Iglesia. Se transfiguraba su rostro – ordinariamente monótono y austero- cuando nos explicaba en clase las cosas de la Iglesia. Fue su amor fundamental y único. Y supo contagiarlo a sus discípulos.
Una Iglesia descubierta por dentro, en su misterio esencial de «Sacramento primordial de Cristo» y comunidad «reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (S. Cipriano, L.G. 4): Iglesia de la Trinidad Santísima. Una Iglesia orante que, en la Liturgia, se hace fuente fecunda de apostolado y acción de gracias al Padre en la perfecta ofrenda de la Eucaristía (S.C. 10). Una Iglesia enviada al mundo, encarnada y sumergida en la historia, en diálogo salvador con todos los hombres, especialmente con los pobres, con los jóvenes obreros, con los que sufren.
Esos fueron campos específicos en que Monseñor Rau nos mostró la única e indivisible Iglesia de Jesucristo: La Teología, la Liturgia, la Acción Social. Y como tenía un alma de niño solía envolver todo eso en la transparencia fácil de la música y la poesía. Desde la Luz del Padre -donde ya contempla la belleza sin arrugas de la Jerusalén celestial (Apoc. 21,1ss)- él seguirá ahora iluminando la ruta abierta de esta Iglesia peregrina que nos dejó para que siguiéramos haciéndola en la actividad madura de la fe, en la firmeza inquebrantable de la esperanza y en el cotidiano trabajo de la caridad (1Tes. 1,3)” (Mons. Eduardo Pironio, Carta pastoral 1972).
