El último tramo del itinerario de la cuaresma nos presenta el desafío de mirar hacia adelante. En la Pascua recibiremos una fuerza nueva, una gracia especial: el amor de Jesús entregado por nosotros. Y se impone la pregunta: ¿cuál es el sentido que quiero darle a mi vida? ¿Para qué vivo? Y la respuesta, iluminada por la muerte y resurrección de Jesús, pasa por el amor que él derrama en nuestros corazones. La respuesta a la pregunta por el sentido de la vida tiene Nombre propio, tiene nombres y apellidos: pasa por nuestros vínculos. El “para qué” de nuestra vida toma forma en la relación con Dios, con los demás, con los miembros de mi familia, con los vecinos y compañeros de trabajo, con los pobres y excluidos, con las hermanas y hermanos de comunidad. Sólo así nuestra vida se vuelve misión. Una misión de amor y servicio que nos hace artesanos de la caridad, activos en la construcción del bien.
Preparemos nuestro corazón para vivir en profundidad el misterio pascual, para que el Amor de Jesús, que se nos comunica por su muerte y resurrección, nos renueve en nuestros vínculos y en la caridad activa hacia el prójimo.