Los diáconos de la diócesis se reunieron para dar gracias por su ministerio, en el contexto del “día del diácono” que se celebra el 10 de agosto, fiesta litúrgica del mártir San Lorenzo, patrono de los diáconos. La Misa tuvo lugar en la Iglesia Catedral, y estuvo presidida por el administrador apostólico, monseñor Ernesto Giobando sj.

En su homilía, después de agradecer la presencia de la familia de los diáconos, pidió “la gracia de poder servir, que es lo fundamental en la vida cristiana, y es además lo propio del diaconado, que es el servicio en la Iglesia.”

Comentando la lectura del apóstol San Pablo a los Corintios que se proclamó, destacó que “para poder cosechar con generosidad hay que poner la mano –como en esa época- en la bolsa y esparcir muchas semillas, siendo generosos, lo más abarcativos posible.” “Por eso –agregó- pedimos ser generosos en el servicio: generosos delante de Dios, lo que nos lleva a ser generosos ante el pueblo de Dios, ese ‘sin horario’ al que el Señor nos invita.”

Y continuó “se nos invita a dar conforme a lo resuelto en el corazón, porque la generosidad pasa primero por el corazón, e implica una elección: elegir lo que Dios quiera de acuerdo a lo que la Iglesia me pida, ya que el servicio está en orden a la misión recibida, no a lo que me venga en ganas. Decía una vez el entonces padre Bergoglio, que ‘el único derecho que tenemos es a ser misionados –enviados-, y que lo demás son obligaciones’.”

Seguidamente explicó que “los diáconos fueron elegidos por una primera sinodalidad que hubo entre los apóstoles que estaban viendo cómo servir mejor a los pobres y a las viudas sin descuidar lo específico de su ministerio, y le impusieron las manos a esos primeros diáconos no para el sacerdocio sino para el servicio. Y así damos los primeros pasos en el ministerio: en el servicio, que nos marca el camino.”

“Por eso los invito a pedir como segunda gracia, el servicio humilde. Y para eso tenemos que aprender a abajarnos como el grano de trigo que tiene que caer en tierra y morir, que es una imagen que hace referencia al Señor, que cayó en tierra y murió, y dio fruto. El servicio cristiano nos abaja. Nos abaja poner el oído, nos agacha el dar de comer. Nos tenemos que agachar para curar, para sanar”, agregó.

Finalmente, en línea con el Evangelio destacó que “Jesús nos invita al desapego interior” y aclaró que “tenemos que estar apegados, tenemos que amar y no podemos ser una cinta scotch en los afectos, pero éstos deben estar ordenados para buscar la voluntad de Dios, ordenados al primer mandamiento que es el amor a Dios.

Dirigiéndose a los diáconos, el Administrador Apostólico les dijo que “no están ordenados para suplir a los curas sino para vivir su vocación, que es una bendición” y exclamó “¡Qué bendición estar ante una familia y celebrar el Bautismo, que es la puerta de entrada a la vida cristiana, y también estar presente encomendando a un difunto, acompañando el duelo!” “Esa es la vida, que es una gracia, y ante ella nosotros, siervos del Señor –debemos decir más a menudo siervos inútiles- solamente hemos hecho lo que se nos ha pedido”, concluyó.