Con una misa de acción de gracias presidida por el administrador diocesano P Luis Albóniga, la comunidad de Balcarce recordó la misión compartida, acompañando a la escuela «Emilio Lamarca» en el año de su Centenario.
También fue la ceremonia de finalización del ciclo lectivo 2023 de los colegios de la JUREC. Participaron de la Misa en la parroquia San Jose de Balcarce autoridades de la Junta Regional de Educación Católica, docentes alumnos y la comunidad de esa ciudad.
Homilía
En su homilía el P. Luis Albóniga dijo: “En mi acción de gracias los tengo siempre presentes, por la gracia que Dios les ha dado en Cristo Jesús”. Así decimos con San Pablo al culminar un nuevo ciclo. Así decimos de corazón, por los favores que el Señor regaló durante un siglo en nuestro querido colegio Emilio Lamarca de Balcarce. “Es de bien nacido ser agradecido”, así reza el refrán. Y yo diría, es de buen cristiano reconocer, mediante la acción de gracias y la alabanza, el amor providente de Dios. En el ámbito educativo nos toca gestionar los dones y recursos que Dios nos confía. No son tiempos sencillos y la tarea es ardua. Por eso, es importante detenernos, y evaluar.
Un momento fundamental en toda evaluación es, precisamente, la acción de gracias. Si sólo viéramos los aspectos a mejorar, los fallos de nuestras instituciones, las dificultades y los problemas que afectan a los miembros de nuestras comunidades, la evaluación sería parcial. Lo mismo pasaría si sólo viéramos los logros como un mero resultado de nuestra gestión. Una buena evaluación tiene como atmósfera propia la dimensión teologal. Es decir, el reconocimiento humilde y confiado de la presencia providente de Dios. No es un hecho abstracto, no se resuelve con una oración de inicio o final de la reunión.
Este reconocimiento de la obra de Dios, es un impulso del corazón, es una mirada atenta, es un canto de acción de gracias, es una alabanza que brota cuando somos capaces de reconocer que no hemos caminado solos a lo largo del año. Es el reconocimiento de esa fuerza y de esa luz que nos permitieron enfrentar determinadas pruebas. Junto a nuestras actas y planillas, debemos dar lugar a la poesía y al canto, a la oración y al silencio. Nuestras instituciones educativas no surgieron por mera motivación filantrópica, tampoco como una respuesta inevitable a las falencias educativas estatales. La educación es una obra de misericordia que tiene su manantial en el corazón del Maestro, que se ofrece como Camino, Verdad y Vida. Sin este elemento fundamental nuestra identidad queda diluida y lo que es acto de amor de caridad se convierte en mero esfuerzo profesional. Pero este objetivo no se logra adornando nuestras instituciones y programas, sino que reclama dar lugar al mismo Dios entre nosotros, para qué configure el rostro el corazón y las manos de Jesús, su Hijo amado, en cada uno de nosotros.
En este sentido, el Evangelio nos habla de amistad. En el modo en que vivimos y trabajamos es muy fina la línea que separa al servidor del amigo. El servidor tiene ante sí un amo, sea una persona o una institución, incluso el mismo Dios. Participa, también, de una relación asimétrica, en la que se encuentra en situación de inferioridad. Trabaja sólo por su salario, del que nunca estará conforme, porque no hay dinero que compense la entrega personal del tiempo, el esfuerzo y, en definitiva, la vida. Se desentiende en cuanto puede para poder gozar del tiempo que le queda, a veces muy breve, para poder gozar de la vida. Este es el esquema religioso tradicional. En la religiones es muy frecuente que Dios o los dioses sean los amos y los seres humanos los siervos que viven a merced de sus caprichos.
Jesús, en cambio, plantea una relación diferente: “no los llamo siervos, los llamo amigos”. Dando su vida, introduce en nuestros corazones un caudal de amor tan grande, que es capaz de regalarnos un vínculo simétrico con Dios, nos pone a su nivel. Y esto con el único objetivo de introducirnos en su amistad. La amistad con él nos permite ser parte de la comunidad de amigos del Señor, en el que nos motiva y nos apasiona, lo que al Amigo que nos convoca le apasiona. Cuando hablamos de sinodalidad, de caminar juntos, de trabajar con espíritu de equipo, nos referimos a esto. No es un simple juego democrático y participativo. Es reconocernos desde una perspectiva trascendente, es decir, nos hace encontramos más allá de nuestras miradas o deseos individuales, pudiendo descubrir el rumbo que quiere darle quien nos convoca y nos une. La amistad supone, en primer lugar, el amor de benevolencia, por el que queremos el bien de cada uno, con nombre y rostro propio. Implica, en segundo lugar, la reciprocidad, no podemos vivir la amistad si el afecto y el vínculo es unidireccional, reclama el ida y vuelta, el don y la acogida, la gratuidad y el agradecimiento. Y finalmente genera y supone la comunión, como en Dios, ni uno solo, ni siquiera el yo y el tu, sino el nosotros. Ese nosotros que está enriquecido con valores, como el respecto, la búsqueda de las condiciones que promuevan el bien de todos, la justicia, la verdad, la transparencia, la honestidad, la paciencia y, no nos olvidemos, la misericordia y la capacidad de perdón.
Jesús lo dice con claridad en el Evangelio que escuchamos. Es el único camino: “permanezcan en mi amor”. Hermosas palabras para atesorarlas y rumiarlas en el tiempo de receso y de descanso. Damos gracias a Dios porque nos ha llamado a ser parte de su obra de amor, allí queremos permanecer. Damos gracias porque nos convoca a un servicio que compromete nuestra vida y nos hace partícipes de la acción apasionada de Dios por llevar sentido y plenitud a los niños, a los jóvenes y a los adultos. Damos gracias por este nosotros en el que permanecemos en Dios, aprendiendo de él a ser más nosotros mismos y al mismo tiempo crecer en el modo de ser y de hacer de Jesús.
Que podamos renovarnos personal y comunitariamente para retomar el año próximo nuestra tarea, no con espíritu de siervos sino de amigos, dispuestos a trabajar con más alegría a pesar de los desafíos y las pruebas. Adentrémonos en el tiempo del Adviento, disponiendo nuestro corazón, para participar del gran acotamiento que es fundamento de nuestra fe, Dios permanece con nosotros siempre, porque es fiel, porque es el Emmanuel, el Dios con nosotros. Amén.
Fotos: Andrea Sanchez